lunes, 23 de mayo de 2011

Gerardo Diego





Gerardo Diego

Gerardo Diego, destacado poeta y escritor, perteneció a la llamada Generación del 27, un grupo compuesto por diez famosos personajes de la literatura española.Gerardo Diego Centoya nació en Santander el 3 de octubre de 1896.Nacido en el seno de una familia de comerciantes, su padre tenía una tienda recordada en el poema Mi Santander, mi cuna, mi palabra. De niño aprendió a tocar el piano y así pues la música impregnaría toda su poesía.
 
Estudió Letras en la Universidad de Deudes y se examinó en la Universidad de Salamanca, junto a muchos de sus compañeros. Más tarde, terminaría la carrera en Madrid en 1916.Fue además catedrático de Lengua y Literatura en institutos del norte de España y dirigió dos grandes revistas en Santander. Fue un importante seguidor de la vanguardia poética española, siguiendo también el Ultraísmo y el Creacionismo. En 1927, recibió el Premio Nacional de Literatura e hizo una versión de la famosa Antología de poesía, que dio a conocer a los autores de la Generación del 27. Dio conferencias por todo el mundo como profesor. Así también se hizo famoso por sus críticas literarias,musicales y taurinas y por sus columnas en periódicos.
Cuando se casó en 1934, se trasladó como como catedrático el Instituto de Santander y se siguió completando con estudios sobre autores de la literatura española, así como diferentes temas y aspectos de la misma. Cuando estalló la guerra civil, se encontraba de vacaciones en Sentaraille (Francia). Gerardo Diego tomó parte en el Partido Nacional a diferencia de muchos de sus compañeros y permaneció en España hasta el final de la contienda. Entonces, se traslada al Instituto Beatriz Galindo en Madrid y permanece allí hasta su jubilación.Desde 1947 fue miembro de la Real Academia Española y en 1947 se le concedió el premio Cervantes junto al argentino Jorge Luis Borges, hecho que se ha producido una única vez. A los 90 años falleció en Madrid el 8 de Julio de 1987.
Insomnio:

Tú y tu desnudo sueño. No lo sabes.
Duermes. No. No lo sabes. Yo en desvelo,
y tú, inocente, duermes bajo el cielo.
Tú por tu sueño, y por el mar las naves.

En cárceles de espacio, aéreas llaves
te me encierran, recluyen, roban. Hielo,
cristal de aire en mil hojas. No. No hay vuelo
que alce hasta ti las alas de mis aves.

Saber que duermes tú, cierta, segura
—cauce fiel de abandono, línea pura—,
tan cerca de mis brazos maniatados.

Qué pavorosa esclavitud de isleño,
yo, insomne, loco, en los acantilados,
las naves por el mar, tú por tu sueño.

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